AGALLOCH + FEN

24 – 4 – 13

Erandio, Bizkaia (Sala Sonora)

 

Fen es una banda con la calidad suficiente como para que podamos considerar que su actuación no fue la de un grupo telonero sino el show de una banda de primera línea que actuó antes y menos tiempo.

Presentaban su nuevo disco “Dustwalker”, y si en un principio parecía que el formato trío se iba a quedar pequeño para desarrollar todo lo que en disco son capaces, dejaron claro desde la primera canción que aquello iba a ser una descarga de “black-metal” en toda regla, demostrando el porqué de su cada vez mayor éxito. Voces brutales y rapidez, salpicado con atmósferas melancólicas y pasajes etéreos que arrancó no pocos aplausos de aceptación.

Nominar la música de una banda como Agalloch “black-metal” es, aparte de un intento fallido (por lo simple que sería esta valoración), una injusticia que no se merecen: su propuesta rompe muchos tabúes que siempre se le han atribuido al género, y con una valentía inusitada, se han atrevido a usar recursos de “otras músicas” que, aunque en un principio pueden parecer ajenas al estilo (como pueden ser el progresivo o el post-rock) añaden matices y texturas de forma magistral y consiguen con ello, uno de los sonidos más originales de la escena.

La publicación de su última obra, el EP “Faustian Echoes” inspirado en “Fausto” de Goethe, confirma que su habilidad para crear paisajes y provocar emociones es ilimitada y también sirve de excusa para que, por fin, se hayan acercado desde Oregón para que podamos disfrutar de la banda en directo.

Un telón de fondo con el nombre del grupo y unos tocones situados en la parte delantera del escenario dan la bienvenida a las diez en punto al líder de la banda, Haughm, que aparece con incienso y lo enciende, llenando la sala de ese olor característico que, sumado a una generosa cantidad de humo (omnipresente desde la apertura de puertas) crea una atmósfera única.

Uno a uno van subiendo al escenario los restantes miembros del grupo, con una elaborada introducción que deja claro desde el primer segundo que el directo es una de las bazas del grupo.

Sin darnos tiempo para reaccionar, el concierto empieza con “Limbs” y nos deja a todos los presentes con la boca abierta: suenan compactos y fuertes, con una potencia y una velocidad que   impresiona, pero el sonido es nítido y cada nota es ejecutada con una precisión absoluta dejando claro con cada paisaje sonoro el porqué llevan casi 20 años siendo grandes.

“Ghost of the Midwinter Fires”, de su obra maestra“Marrow of the Spirit” logra encontrar el punto de equilibrio entre la brutalidad y la melancolía, con esas guitarras post llenas de delays y arpegios hacia el cielo que te emocionan y llenan de energía a la vez. La voz de Haughm, desgarrada, suena atronadora (la influencia del “suicidal” se hizo evidente en los momentos más salvajes) y la batería y el bajo son una apisonadora rítmica de precisión que crea fragmentos imposibles. El sonido general de la sala se ajusta a la perfección y desde este instante, durante dos horas más, la banda no baja el listón y hacen un buen repaso a su discografía (no hay que olvidar que la duración media de cada canción es de 10 minutos) sin olvidarse ninguno de sus discos, “Faustian Echoes” incluido (aunque sin los pasajes de invocación que se escuchan en el disco”).“In the Shadow of Our Pale Companion” del innovador “The Mantle” arrancó aplausos en su inicio y fue increíble ver cómo resolvían la canción sin las guitarras acústicas que emplean en el estudio. Genios.

Se atrevieron incluso con una versión de Sol Invictus, “Kneel to the Cross”, que algunos de los que estaban allí corearon junto con la banda hasta desgañitarse.

Tras el consabido parón para reponer fuerzas (aunque parecía que ellos no se agotaban nunca), la recta final del concierto fue la quintaesencia de lo que Agalloch representa con un “Our Fortress is Burning… II: Bloodbirds” del “Ashes Against the Grain” que será muy difícil de borrar de la memoria por la intensidad y belleza que transmitieron en cada segundo de canción.

De la misma manera que se había encargado de empezar el ritual, el vocalista se encargó de terminarlo, apagando el incienso y recogiendo los morteros, dando por terminada la ceremonia a medianoche y dejándonos con la impresión de que podríamos haber estado otras dos horas (¡o más!) disfrutando de esa belleza disfrazada de agresividad (o agresividad disfrazada de belleza, según se quiera ver) que Agalloch es capaz de transmitir como nadie.

A la altura de muy pocos…

Texto: FER